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LA CONFESIÓN: GÉNERO LITERARIO De niña, nos obligaban a confesar. Frente a una mirilla abría mis labios a un desconocido para confesarle mis pequeños pecados. La respuesta siempre era la misma: Repetir los mismos rezos. Igual que teníamos que escribir páginas enteras el: “no hablaré en clase” Luego, nos poníamos de rodillas intentando que la ostia sagrada bajara de una vez del paladar sin que la lengua la tocara. Era el extraño ritual de los domingos. Pero me gustaba. Aún la inocencia de creer que así me volvía buena. También recuerdo, como algo hermoso, mi mirada ante un Dios pintado en el techo. El dibujo de Dios y los ángeles me fascinaba. Recuerdo que pensaba: cómo habrán podido subirse hasta ahí para pintar. Mientras iba leyendo el libro de La Confesión me entraban ganas de que me ocurriera algo parecido. De que se me abriera el pecho y me entrara esa revelación. De encontrar lo místico. De enamorarme de esa verdad. Pero no es posible. La confesión tiene que darse en un estado concreto. La confesión surge de ciertas situaciones en que la vida ha llegado al extremo de confusión y dispersión. Para llegar a la necesidad de una confesión se necesita previamente estar en crisis. Es un género de crisis. La filósofa y poeta Chantal Maillard, en uno de sus ensayos dice que Zambrano era una mujer profundamente cristiana en su sentido original. Su concepción de lo místico, es pura. Para Zambrano lo místico es, como dice en El hombre y lo divino necesario. Ella busca la unidad. La unión de la vida y la verdad desde el amor. No es al azar su ensayo sobre San Agustín, hombre que buscó la conversión, la palabra revelada, el saber del alma. Para María el drama de la cultura moderna es la falta de contacto entre la verdad de la razón y la vida. Si la vida, dice en el libro, no es reformada por el entendimiento, si la verdad no sabe enamorarte, se declarará en rebeldía. Y entonces, vida y razón se enemistarán sin corregirse la una a la otra. Es muy hermoso el concepto de “la verdad humilla”. La verdad que no puede entrar porque la persona no está preparada para entenderla, es una verdad que se convierte en rencor, que humilla. “La verdad pura humilla a la vida cuando no ha sabido enamorarla”. ¿Cuál es la confesión actual en nuestros días?¿Dónde hablar de ese ser que somos cuando hay sombra y desespero? Para los creyentes seguirá siendo el confesionario. Para otros, creo, el psicólogo, psicoanalista, terapeuta; tarotista, vidente, gurú... “Pensar es temblar”, dice María Zambrano en uno de sus libros. “Pensar es, dice, barrer la casa por dentro, si no, no es pensar. Es la empatía del corazón y sólo a partir de aquí es posible el entendimiento con los otros” Creo que a veces nos amparamos demasiado en la razón: “Yo tengo razón” y dejo a alguien de lado. Y, luego, la razón, empieza a perder fuerza y se convierte en una razón que necesita “ aflojar” porque si no, nos quedaríamos solos y nos volveríamos cada vez más rígidos. Más intolerantes con nosotros mismos y, como consecuencia, con los otros.
Si la visión platónica servía para descubrir una verdad que cambiaba la vida, es ahora la vida que escrita en forma de confesión tiene que tener como resultado el descubrimiento de una vida que queda iluminada y revelada por el propio descubrimiento en sí. Si esto se consigue la confesión habrá adquirido el carácter de método. Y esa evidencia es el nombre filosófico que en la mística se llama revelación. La palabra revelada. La palabra reveladora es una constante en la obra de Zambrano. La palabra sagrada, poética.
Es ahí donde está Dios. El hombre como imagen de Dios y para buscarlo y encontrarlo hay que ir dentro de uno mismo. ¿Quién soy yo? Ni yo mismo comprendo todo lo que soy, dice San Agustín. San Agustín tiene ocho siglos de vigencia. Asombroso. Así, para este hombre que se confiesa, la soledad no es un punto de llegada, como sí lo era para Descartes, sino un punto de partida. Para Descartes la soledad era la condición del hombre, su descubrimiento. Esa fue su revelación. Para San Agustín la soledad era desde donde partía para llegar a la comunión con Dios, a la no soledad. La confesión como género literario avanza más allá de la concepción de un relato. Convierte la escritura en un recurso cuyo objetivo es crear una nueva realidad. Una realidad necesaria para la vida. “¿Dónde está la verdad que la razón moderna ha deparado para el hombre sencillo, sin más?” Ortega dice que esta necesidad de realidad es el fondo sobre el cual surgen las formas, los géneros como formas de expresión. De este lugar, de este estado es desde donde nace el momento de la confesión. Momento de crisis, género de crisis. El hombre no encuentra su camino, su método. Y es a partir de ahí que empieza a narrar su experiencia como método de transformación. Hasta encontrar su yo. Su Dios. Su divinidad. La lectura del libro ya es reveladora, transformadora. Como lo es la filosofía de María Zambrano. Filosofía que trata de la visión interior, de la luz, de la aurora. “Esa luz que es el amanecer de la conciencia, que no siempre ha de ser la de la razón, o no sólo, o no del todo, pues la razón habrá de estar asistida por el corazón para que esté presente la persona toda entera” Así, la razón actuará revelando. Ofreciéndonos una razón poética.
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