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La Segunda República María Zambrano apoyó fervientemente a la República. Dio conferencias, mítines y tuvo entrevistas personales con el presidente de la República, Azaña. Se hizo responsable de conseguir la firma de su maestro Ortega en apoyo a la República. Habían firmado A. Machado, Menéndez Pidal, Marañón, Pérez de Ayala, J. Ramón Jiménez... Ortega, durante los años 1930-31 había sido el gran mentor de la República, pero sintió hacia ella un pronto desengaño, manifestado duramente en algunos artículos y empezó a rechazar los honores oficiales, lo que muchos republicanos tomaron como deserción. Sin embargo, al ser junto con Unamuno el intelectual español más conocido e influyente fuera de España, eso le proporcionó cierta salvaguardia. Firmó a favor de la República, pero María Zambrano no logró persuadirle para que hablara a favor en Radio América.En consecuencia, empezó a hablarse de él como orientador de la falange y el fascismo. Un año después el maestro, escribirá en un artículo: “Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores, a firmar manifiestos, a hablar por radio... cómodamente sentados en sus despachos, exentos de toda presión”. |
El 14 de Abril de 1931 se proclamó en España la segunda República. España fue uno de los primeros países de Europa que consiguió el voto de la mujer, la igualdad de los derechos del hombre y la mujer, la ley del divorcio y la ley del aborto. Y la escuela mixta. Logros que pudieron disfrutarse tan sólo unos años. La República, dice María Zambrano, se adelantó a su tiempo y por ello tuvo, necesariamente, que fracasar. También el escritor Josep Pla comenta en una entrevista que la República fracasó porque fue demasiado “rápida”. Porque lo quería todo enseguida. La toma de poder de la dictadura de Franco, el 1 de Abril de 1939, borró de un manotazo todo lo conseguido durante el nuevo régimen. La mujer volvió a quedar relegada, a no tener cuenta bancaria propia, ni pasaporte, ni voz, ni voto. Y no sólo en la mujer recayó el retroceso sino en todos aquellos hombres y mujeres que no ampararon la dictadura de Franco. Habría que esperar cuarenta años para que las mujeres recuperaran el punto de partida que significó la conquista del voto en 1931. Con el nuevo Estado impuesto tras la victoria de las fuerzas franquistas llegó el éxodo de la inteligencia. Todo lo conseguido durante esos años fue derrotado. Maestros, maestras, campesinos, amas de casa, jóvenes, niños, ancianos; pintores, músicos, médicos, catedráticos, poetas y escritores, cada uno tuvo que enfrentarse como pudo a su propio exilio.
La voz de María Zambrano ya no podría oírse en nuestra patria. Esa incipiente voz escrita y sentida. Voz que ya amanecía poética, voz que era semilla y germinaría lejos. María Zambrano nunca dejó de escribir, a pesar de los avatares de la vida tuvo una intensa actividad como filósofa. Su voz no volvió a oírse hasta casi cincuenta años más tarde. El poeta J. Ángel Valente la trajo (grabada por él mismo) en una cinta que se oyó en una de sus conferencias. No es casual que fuera Valente, poeta que también bebió de la mística, como María Zambrano y, como ella, reivindicó el papel de la poesía como medio de conocimiento de la realidad: “El poema es conocimiento haciéndose” “El poema no se escribe, se alumbra” El exilio en María Zambrano
María Zambrano cruzó la frontera como tantos otros el 28 de Enero del año 1939. Iba en coche junto con su madre y su hermana Araceli. En el camino encontraron a Antonio Machado, que caminaba apoyándose en su madre, les invitaron a subir y él se negó diciendo que quería cruzar la frontera junto a los vencidos. María Zambrano bajó del coche y cruzó la frontera junto a su amigo. A. Machado murió al cabo de un mes, en Collioure. Un día le pregunté a mi tía de ochenta y cinco años si no tuvo miedo esa noche en la que decidió irse dejándolo todo, familia, casa y pertenencias. Me contestó que no porque el infierno era quedarse. Que una vez aprendes a ser libre ya no puedes volver a lo de antes, aunque quieras, dijo.
María sintió la no vuelta atrás y aceptó esa imposibilidad. Ya no habría más una patria, dice. Y en una de sus entrevistas explica cómo la patria tomó valor y se reveló en el exilio. El exilio, dice, es el lugar privilegiado para que la patria se descubra:
En el exilio pareció encontrar el lado más profundo de sí misma, su conexión con el alma y el cuerpo.
María empieza a dar clases, a escribir, a hacer todo cuanto está en su mano para salir de la pobreza económica en la que se encuentra ella y su familia. Durante esos primeros años, se separó de su marido y vivió un amor atormentado con un médico ítalo-español. Vivió durante muchos años en Cuba, en los que tuvo una intensa actividad filosófica y producción literaria. El pensamiento, dice, está relacionado con los avatares más íntimos de la existencia. Fue en el exilio donde concibió y publicó sus mejores obras: La confesión como género literario, El pensamiento vivo de Séneca, Unamuno, Delirio y destino, El hombre y lo divino, El sueño Creador y Claros del bosque. La experiencia del exilio produjo un cambio radical en la visión que Zambrano mantenía respecto a España y Europa y respecto al mundo. A partir de 1955 su discurso está traspasado por la impronta mística conjugándose así uno de sus más grandes anhelos: la reconciliación entre el pensamiento y el ser. Recupera el sentimiento religioso como base de su sentir, de su obra. Sus textos se vuelven personales, íntimos, poéticos:
Su pensamiento nace desde el cuerpo. Es un pensamiento que siente, que abraza las razones del corazón. En la película de María querida, puede oírse la voz, encarnada por la actriz Pilar Bardem, que habla desde su ancianidad, y dice:
María Zambrano, discípula privilegiada de Ortega, vivió con dolor la incomprensión de su maestro ante la forma que iba adquiriendo su pensamiento. “Mi pensamiento, dice María, ha recorrido lugares donde el de Ortega y Gasset no aceptaba entrar” Cuando María Zambrano le enseñó a su maestro Ortega los apuntes de lo que sería, muchos años más tarde, el libro Hacia un saber sobre el alma, éste le dijo: “No ha llegado usted aquí y ya quiere ir más allá” Y ella iría más allá o tal vez, más aquí. Iría a ese pedazo de cosmos en el que suceden todas las cosas, a ese claro de bosque en el cual a veces, no se sabe por qué, no es posible entrar. Iría hacia un saber sobre el alma. Y enfocaría su obra bajo dos grandes cuestiones: la creación de la persona y la razón poética. La primera cuestiona el ser como problema fundamental para el hombre. Y la segunda está latente en todas sus obras hasta el punto de constituir uno de los núcleos fundamentales de su pensamiento. Su obra abarca desde el ensayo más filosófico como es el libro de Unamuno y el de La Confesión: género literario, hasta el más poético y difícil como es El hombre y lo divino, El Sueño Creador y Claros de Bosque. Para entender parte del trayecto de su pensamiento, para mí, ha sido fundamental la lectura de La Confesión: género literario.
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