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El alma racional es preexistente al cuerpo e inmortal,
y tiene como lugar natural el mundo suprasensible de las ideas. El cuerpo es la cárcel del alma durante su existencia terrena, y constituye un estorbo para el alma que, con sus pasiones, la arrastra a la extrañeza de lo material, impidiéndole su hacer propio: la contemplación de las ideas. El ideal de hombre en Platón es una inteligencia pura desligada de la carnalidad. Por eso, el filósofo no ha de temer la muerte: -La razón no tiene más que un camino a seguir en sus indagaciones; mientras tengamos nuestro cuerpo, y nuestra alma esté sumida en esta corrupción, jamás poseeremos el objeto de nuestros deseos; es decir, la verdad. En efecto, el cuerpo nos pone mil obstáculos por la necesidad en que estamos de alimentarle, y con ésto, y las enfermedades que sobrevienen, se turban nuestras indagaciones. Por otra parte, nos llena de amores, de deseos, de temores, de mil quimeras y de toda clese de necesidades; de manera que nada hay más cierto que lo que se dice ordinariamente: que el cuerpo nunca nos conduce a la sabiduría. Porque ¿de dónde nacen las guerras, las sediciones, los combates? Del cuerpo, con todas sus pasiones. La inmortalidad
del alma platónica constituyó una novedad filosófica
en su época. Una doctrina extraña a los griegos proviniente
del orfismo y el pitagorismo y que va a permitirle al filósofo establecer
la posibilidad de que los hombres conozcan lo verdaderamente real, las
ideas, escapando así de lo puramente fenoménico.
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DIVISIÓN TRIPARTITA DEL ALMA EN PLATÓN |
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El alma superior, propia y exclusiva del hombre es la racional. Ésta es inmortal y se halla ubicada en la cabeza. Las otras dos almas, la irascible y la concupiscible (o apetitiva) son mortales y se hallan situadas respectivamente en el tórax y en el abdomen. El hombre es propiamente su alma racional, no su cuerpo. Nuestra
naturaleza propia es intelectual, lo único que puede distinguirnos
de los demás animales. En tanto que cuerpo, no somos nada distinto
de aquéllos. |