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LA LIBERTAD VIGILADA O EL ASNO DE BURIDÁN.
(Texto de Elena Diez de la Cortina publicado en la revista universitaria
Generación XXI)
Debía hablar en este número de Generación sobre la
interposición (¿o habría que decir imposición?)
de la seguridad sobre la libertad. He llegado a casa y, dándole
vueltas al asunto, concluyo que es difícil salvar ambos simulacros:
el de la libertad (bello concepto surgido de un conflicto entre el poder
hacer y la limitación a ese poder) y el de la seguridad (fantasma
que pretende conjurar el miedo, el dolor, el daño y la muerte a
través del miedo, el dolor el daño y la muerte).
Paradoja de la libertad, en tanto que prometida, inalcanzable, como las
promesas de toda buena religión de libro que se precie. Fueron
nuestros primerísimos Papis de la Iglesia aquellos que, para dejar
su impronta contra cualquier clase de paganismo, añadieron ciertas
sutilezas al tema de la libertad que ya de por sí andaba suficientemente
embrollado y poco o nada realizado. Se dieron el gusto de diferenciar
entre el liberum arbitrium, la libertas a coactione
y la verdadera Libertas con mayúsculas y triple salto
mortal. Ésta última, sustraída a todo poder humano,
se convirtió en el primer Expediente X y extraterrestre de nuestra
historia, pues sólo la Predestinación o la Gracia (divina
y sin chiste, no me vengan con coñas), podía ser artífice
de tan gloriosa concesión.
Que ya lo veía venir Pablo de Tarso, cuando advirtió
que "no el bien que quiero, sino el mal que no quiero hago".
Y eso que, por aquellos tiempos se podían dar con un canto en los
dientes. En vez de censurarles, les hacían propaganda. En estos
tiempos que corren el tal Pablito sería acusado de encriptar los
mensajes (¿o acaso las epístolas utilizan un lenguaje de
andar por casa?), y todo el mensaje salvífico de la humanidad,
se hubiera ido al garete por las manías persecutorias de una panda
organizadísima de chiflados. Los cristianos primitivos, acusados
de organización terrorista, hubieran sido combatidos con los nuevos
B-52, y tropecientas bombas de racimo por si las moscas y por pura generosidad.
Pero la historia es caprichosa y, quiso que fueran precisamente los cristianos
los garantes de la ley, el orden y la moral durante las siguientes lunas.
Final feliz que encubría una truculenta trama digna de Hitchcock.
Imagínense ustedes, forzados actores de un programa político
de salvación que avecina un acojonante APOCALIPSIS en varios
actos. ¡Pero bueno!, ¿No barruntaron estos sutiles manieristas
de los conceptos que todo su programa celestial no hacía sino atentar
contra la libertad individual, moral, política y de espectáculo?
Nos incluyen en su película sin previo casting y sin más
prebendas que la OTRAVIDA. Si al menos hubieran cumplido con el precepto
de la caridad y nos hubieran otorgado en ésta alguna clase de subsidio
para ir tirando, que la cosa anda achuchada.
Retomemos el noble tema que nos traíamos entre manos: la honorable
libertad. Cada vez que alguien la vocea, en su nombre cocean las voluntades.
Ahora mismo por ejemplo, en nombre de la Libertad del nuevo y ¡¿laico?!
PP (Pueblo Prometido de los EEUU) que siguiendo el buen
hacer de los antiguos, por analogía aglutina (o deglute) el resto
del mundo, andamos todos enzarzados en otra película, igual de
movidita, con más efectos especiales y con un final similar al
anterior, salvo en que ahora se nos garantiza la elección democrática
de nuestro personaje: O con nosotros, ¡o a la mierda!
La cosa ,al menos, está bastante clara. Únicamente la ignorancia
de este precepto podría llevar tu libre albedrío por los
laberintos del error, ignorancia que, según el buenazo de Sócrates
y su no tan bienintencionado discípulo Platón, era
la única posibilidad de que un ser racional eligiera hacer el mal
a sabiendas.
Para la mayoría de los filósofos griegos, la cuestión
de la libertad no podía separarse un ápice de las cuestiones
éticas y, por ende, políticas. Ser libre era sinónimo
de ser responsable. El eudemonismo que profesaban no les
impidió percatarse de que no puede haber libertad si la voluntad
no tiene posibilidad de elección sin coacción, cuestión
ésta que ha entrado ahora en desuso.
Pero es que, señores, somos demasiado modernos para tales agudezas
teoréticas. Demostrado está empíricamente que, a
enemigo que huye, bala de plata, y unas pocas de porquerías
fast-food mientras van cayendo como chinches, que si no luego los avezados
lectores de los monomedia piensan cosas raras.
Democráticamente la humanidad ha llegado al culmen de ese progreso
que tanto anhelaban los positivistas y los burgueses de a pie: gracias
a la coacción, castigo y vigilancia generalizada y aplicada a la
más mínima parcela de nuestra existencia, todos podemos
vivir tranquilos y relajados, elegir cómodamente entre los más
de 200 canales de televisión para nuestro entero solaz, copular
on-line con el modelo elegido, desparasitado y libre de Ántrax,
sida o cualquier otra indecente miasma; incluso podemos darnos un paseo
virtual enormemente instructivo por tierras afganas. Para que luego digan
que se descuida la educación ciudadana.
Hemos aprendido mucho de los antiguos. Nuestros métodos no difieren
casi nada de sus persuasivas argucias. Por eso ustedes, queridos lectores,
asumen el simulacro por motivos idénticos a los de los fieles que
asumen la palabra divina: no vaya a ser que desatemos la ira del Señor
(Bush) y seamos castigados y expulsados de entre los elegidos que habitan
el seguro Paraíso de la opulencia.
Como la paradoja del Asno de Buridán ¿qué
preferencia nos puede inducir a elegir entre dos simulacros - libertad
o seguridad- de idéntica magnitud,? El asno es burro pero no tonto:
primero una y luego otra. Y se merendó las dos.
Quizás por eso ya no queda ninguna. ¡Qué la TIA nos
proteja!
Elena Diez de la Cortina Montemayor
ele@cibernous.com
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