EL PRINCIPIO DE VARIACIÓN
1.- El punto de partida
Atenerse al fenómeno, insistir en él, reiterar el
pathos de asombro y vértigo que produce su fragilidad, caducidad,
finitud ya la vez preguntar por su inmanente fundamento y por
su finalidad o sentido, por su «por qué»y su «para qué», sin salirse de
su ámbito de exposición, plegarse a él en actitud receptiva y dejar que
emerja, en esa recpeción, su ratio interna impresa en su craso
carácter casuístico, su fundamento en falta, su finalidad sin fin, y que
al filo de ese pathos suscitador de logos se plantee
la cuestión radical, la cuestión en torno al ser del ente singular sensible
en devenir, tal es la actitud radicalmente filosófica, actitud que podemos
sorprender en los comienzos de toda verdadera filosofía, pero que en el
curso de la misma suele propiciar 'respuestas' fuera del lugar de aparición
del fenómeno, en la Idea platónica, en el Dios creador, en el Legislador
divino, en la Voluntad schopenhaueriana, en alguna variable de la hipótesis
teológica. La razón de ello debe verse en el estado de extrema suspensión
que produce en el alma ese pathos, admiración y vértigo, y en
la necesidad de sofocar esas pasiones en creencias respecto a
algo firme desde donde ahuyentar la tentación nihilista. Porque se presupone
que, de no haber algo firme y 'verdadero', no hay filosofía posible positiva.
Nietzsche se plantea
el modo de romper ese nudo gordiano expresado en el dilema dios o la Nada.
Acaso se trata de un falso dilema, de una falsa alternativa.Acaso la filosofía
que se construye desde un «máximo valor» (Dios) intenta encubrir el fondo
de nihilidad y nihilismo sobre el que se edifica. Se postula una divinidad
porque se niega sentido y fundamento inmanente al ser singular sensible
en devenir. Se cree que el fenómeno carece de fundamento y de seitido
en y por sí mismo, de ahí que deba buscarse éste fuera de él, en un ser
atemporal, eterno, infinito, concebido como Causa eficiente y Causa final.,
como arjé y como telos absolutos. El nihilismo pronuncia
la frase «Dios ha muerto»; en consecuencia nada tiene sentido, el máximo
valor se ha devaluado, falta el primero y el último «por qué»
para qué»; las cuestiones filosóficas radicales quedan respondidas
negativamente. 0 no hay ya lugar para ellas (recurso agnóstico); o bien
se considera que las peguntas infringen reglas gramaticales, careciendo
en consecuencia de sentido; o se afirma por decreto, bien que de modo
desesperado, a partir de un pathos cómplice con el schopenhauerismo,
la célebre frase 'no hay enigma' (Wittgenstein). O bien se afirma gallardamente,
desde principios de inspiración dadaísta: 'No hay problemas porque nohay
soluciones' (Marcel Duchamp).
2.- Singular e individuo
El punto de partida de la filosofía
es, subjetivamente, el pathos de asombro y vértigo del alma ante
un ente singular sensible que, por ser en devenir, se halla constitutivamente
en suspenso, revelando de forma problemática su ser,
delatando aturaleza mortal, finita. En tanto ese ser singular sensible
en devenir insiste en ser, puede decirse que responde a su propia
naturaleza problemática y revalida el ser o se recrea. La idea
de recreación permite explicitar el horizonte de ser y nada que constituye
el devenir. Se trata ahora de explicitar lo que queremos significar con
el término singular. Y sobre todo: ¿por qué digo «singular» y
no «individuo»?
Por singular puede entenderse el singulare tantum de la
escolástica, eso que es
meramente singular, eso de lo cual sólo podemos decir que es
«algo» por razón de constituir cierta
unidad».
Lo que al singular pensado así lo destaca de otros
singulares es ser no
más que otro respecto a otros y la prueba de esa alteridad es merament cuantitativa. La diferencia entre ese singular
y otros es una diferencia numérica y estriba en la posibilidad de atribuir
un número diferente a uno y otro.
Se trata, al decir de Hegel respecto al orden de la cantidad, de una diferencia
indiferente que hace abstracción de toda cualidad. Por esta vía puede
determiinarse qué sea individuo, a saber, una noción negativa que indica
algo que no puede ser dividido o diferenciado sin dejar de ser eso que
es. Pero qué sea eso que es, qué sea su esencia, es algo de lo cual sólo
podemos afirmar (negativamente) su diferencia numérica respecto a otros
individuos idénticos por sus cualidades o propiedades, salvo que pueden
determinarse de forma numéricamente distinta.
Singular
tiene en castellano una duplicidad de significación que no es en absoluto
arbitraria ni tampoco ajena a lo que buscamos, a saber, la significación
positiva del términdo. Singular, en primer lugar, tiene una significación
cuantitiativa que se opone a plural, a particular y general. Pero singular
tiene otra significación, de naturaleza cualitativa. Decimos de algo que
es singular si es algo que, por una u otra razón, se destaca de cierta
normalidad, de cierta medida pautada, algo que resulta quizás chocante,
quizás curioso y sosprendente, quizás incluso admirable y asombroso, algo
que produce en el sujeto cierta suspensión de juicio, cierto shock,incluso
cierto calambre de vértigo y de asombro. Decimos, pues, «¡qué cosa más
singular!» (exclamación que debió hallarse en el origen de la experiencia
de lo numinoso, de los objetos mána o tingalo, en las
fuentes mismas de la experiencia de lo sagrado y de lo religioso De esas
mismas fuentes deriva la interrogación filosófica, si bien pasadas las
respuestas míticas, mágicas, por el tamiz crítico de una interrogación
exigente. También deriva de esas fuentes el asombro del genuino científico,
que a un hoy llama « singularidades » a los puntos paradójicos en donde
ciertas teorías más o menos consensual e institucionalmente
aceptadas como las más idóneas para dar razón del máximo de informaciones
disponibles entran en colisión con fenómenos (en el sentido teratológico
del término): verdaderos «monstruos» o «agujeros negros» que rompen
el continuum teórico con «singularidades »
determinantes de irresolubles paradojas (irresolubles dentro de un determinado
paradigma teórico). Pero se usa asimismo la expresión «realmente singular»,
«muy singular» referida a un ente, para significar que su rareza o pecularidad
es en él de tal modo recurrente, de tal modo insistente, que el tal ente,
en virtud de esa peculiaridad que se reitera, aparece como algo «muy suyo»,
«muy él», un rasgo o conjunto de rasgos determinante de una constitución
o naturaleza que aparecen y vuelven a aparecer en el sujeto u objeto y
lo destacan de una media pautada o lo especifican en su radical mismidad,
imposible de intercambiar por otra o de subsumirse y delegarse en
ningún «concepto» o «regla» que lo «represente».
Estas acotaciones preparatorias
arranacadas del «lenguaje corriente» nos permiten determinar una idea
de lo singular, del singular propiamente dicho o singular propio como
idea que puede determinarse en razón de la recurrencia en el tiempo
e ciertas propiedades o rasgos trabados y articulados en un «sujeto»
(sea éste estrella, animal, población o ángel). Es esa recurrencia la
que permite determinar a posteriori cierta constitución estructural
(y no a la inversa, es decir, cierta constitución o «esencia» que se considera
previa y dada respecto a la cual su temporalidad es, en cierto modo, secundaria).
Esa recurrencia nos permite formarnos la idea de cierto estilo propio
correspondiente a su esencia singular, esencia-en-el-tiempo. El estilo
propio es lo que hace a un ente ser lo que es, manifiesto a través de
sus expresiones. Y bien, es algo insistente y recurrente en él lo que
permíte hablar de dicho estilo propio. Algo que se reitera o se recrea.
Eso es lo que es, a saber, su esencia. La cual no es
una supuesta constitución ya dada, sino un constituirse y reconstituirse
lo ya previamente reconstituido. Puede, pues, afirmarse que que un ser
es singular en la medida misma en que se recrea, o que lo que
le hace ser singular es la recreación de sí mismo; recreación que
presupone una revalidación del ser de naturaleza problemática. Lo
singular de un ser, lo que se destaca de él y produce asombro y vértigo
es la insistencia en revalidar su ser singular, la reiteración problemática
y enigmática del propio ser, del propio estilo, de la esencia propia,
sobre el horizonte de no ser en que se juegan sus recreaciones.
En una palabra, su ser en devenir: su reiteración en otro ser que
es el mismo siendo diferente, siempre el mismo siempre diferente. El singular
es, pues, por razón de su singularidad, probada por sus recreaciones, inmediatamente universal. Es
a la vez lo mismo (uno) a través de sus diversificaciones (universal).
Es el mismo a través de todas sus recreaciones. Pero de hecho es
el mismo en tanto repite en cada nueva recreación lo que ha sido,
lo cual implica haber dejado de ser lo que había sido y volver a ser,
volver al ser. Un ser es tanto más singular cuanto más capaz es de
recrearse. El valor de un ser, su poder, se mide
por su capacidad de recrearse. Y esa capacidad mide a la vez su capacidad
de singularizarse. Las implicaciones éticas y estéticas de este enunciado
que tiene, aquí, valor ontológico serán destacadas más adelante. No significa
singular, por tanto, únicamente el singulare tantum. Un ser es
tanto más singular cuanto más él es siendo diferente, cuanto
más sintetizados estén en él mismidad y diferencia. Hay seres que logran
singularizarse y recrearse y seres que, por no alcanzar a desbordar su
esencia singular en una alteridad coneza y diferenciada, se limitan a
repetirse o a desbordarse en el modo de la identidad o de la igualdad;
o que por no llegar a singularizarse, decaen en meros singulares
en el sentido del singulare tantum. Para que un ser pueda llegar
a generar otros seres en la mismidad y en la diferencia debe disponer
de un principio autorregulador o de un 'programa' capaz de generar o de
'emitir' réplicas más o menos variadas de sí mismo. Hay, desde luego,
series de entidad en donde el género o la especie parece agotarse o remansarse,
individuos cuya excepcionalidad cierra el horizonte de futuro,
así los monstruos; y hay también eslabones que,como los «proteos» de que
habla Darwin, parecen esbozar toda suerte de rutas posibles
por vía evolutiva: entes que no llegan,a prosperar evolutivamente,
pero en los que se esbozan o se ensayan nuevas performances vitales
. Se ha afirmado, creo que con razón, que una adaptación exagerada
al medio no es condición idónea cara al futuro; tampoco, desde luego,
un desequilibrio flagrante con el medio. Más bien parece hallarse la condición
óptima para la prosperidad futura de una especie en una lábil adaptación
susceptible de ensayos y de rectificaciones. Sin cierta cuota
de ensayo y de error, las especies (biológicas, sociales, institucionales)
se remansan hasta el agotamiento; lo mismo en el orden de la
cultura, las teorías científicas o las doctrinas filosóficas.
La síntesis que se nos ofrece
como fenómeno, el ser singular sensible en devenir, eso que hace pensar
por su naturaleza problemática, se nos revela, pues, como una síntesis
sensible e inmediata de singularidad y universalidad. Y es la «compulsión
a la repetición» o la «recreación» lo que permite alzar al singular a
lo universal. El universal que así se nos dibuja, en tanto deriva de esa
«compulsión» o Zwang, posee una raíz física de la cual
deriva su potencia lógica. No es, por consiguiente, un universal
lógico-conceptual reificado, convertido en concepto real concreto. La
mediación inmediata de universal y singular en la recreación constituye
el modo inmanente y puramente fenomenológico de repensar la síntesis espirtualista
hegeliana del universal concreto o del individuo universal.
3.- El principio de variación
Al principio que rige la unión sintética inmediata y sensible del
singular y lo universal propiciada por la recreación lo llamaré, de ahora
en adelante, principio de variación, principio en el cual se
resume mi respuesta al
«problema de los universales»,
a la vez que consuma la refutación en toda regla del prejuicio aristotélico
revalidado por Hegel de que individuum est inefabile. Tal principio
es, en tanto que principio, razón o lógos, fundamento de esa
síntesis. Y esa razón o logos, que es inmanente y física,
funda también la posibilidad de razonar, pensar, hablar. Sólo de
lo singuilar puede hablarse, sólo de lo que es propiamente singular
puede decir propiamente algo, algo más que las empobrecidas determinaciones
negativas que puedan decirse del singulare tantum, del que sólo
podemos determinar su constitución positiva remontándonos de su singularidad
a algún nivel de especie y generalidad, dado que ésta se encarna, sin
otra diferencia que una diferencia local, en «individuos»
idénticos cuya distinción sólo es numérica. Cierto que, en
este sentido, los grandes números pueden promover traspasos
de la cantidad a la cualidad. Cierto también que no hay dos
«puntos» idénticos ni iguales por donde un ente (sea partícula
o cuerpo celeste) efectúe idéntico recorrido, ya que no existe en rigor
espacio puro sino continuum espacio-temporal. De ahí
que ya en la más insignificante réplica o repetición puede advertirse
el trabajo de la diferencia, como ha señalado con rigor y precisión Gilles
Deleuze en su obra clásica Diferencia y repetición). Tampoco
puede decirse, en rigor, «que un ente efectúe
un recorrido en el continuumespacio-tiempo», ya que no hay
distinción real entre ese ente y su
dimensión espacio-temporal (dimensión en radical intrinsecación con los
caracteres y propiedades de la materia-energía que personifica).
Por no haber diferenciado
Hegel en el punto de partida de su Fenomenología del espíritu al
singular sensible universal que se recrea o deviene del singulare
tantum que tan sólo se repite, por no
haber introducido esta diferencia que, como veremos, es una diferencia
física, de poder, por esta razón concluye que del singular sensible
supuesto en el enunciado nada puede decirse. O que para decirse algo es
preciso negar esa singularidad inmediata y producir, en razón de esa negación
o mediación, lo universal, que es «un algo negativo en general». Pues
bien, el singular que se se recrea es ya inmediatamente universal, sólo
que su universalidad es positiva en tanto se produce a través de
la revalidación de ser que resulta de la recreación de sí mismo. Al fundamento
de esa síntesis le llamo principio de variación. Se trata ahora de explicar
lo que entiendo con esta expresión.
Tomaré como ejemplo o modelo eso que en música se llama variación. Se
trata de un ejemplo o, mejor, de una metáfora. Pero es una metáfora plenamente
adecuada, sorprendentemente sugeridora de la idea que aquí quiero formar.
Y no es en absoluto casual que el ejemplo y la metáfora sea artística
y propiamente musical. El arte, dice Nietzsche, es el «fenómeno más transparente»
de la voluntad de poder. Voluntad de poder es, para Nietzsche, el ser
del ente, lo que todo ente es, la esencia que le constituye como
tal ente. En la concepción jerarquizada abierta de la voluntad de poder,
cuya formalización más adecuada podría encontrarse en la noción spinozista
de puissance, un ente es «más» o «menos» ente y es tal o cual
ente, en su intrínseca diferencia, según su participación (participación
en sentido nada platónico) de una voluntad de poder concebida
ontológicamente de modo univocista. Y el arte es el fenómeno más transparente
de la voluntad de poder, de la esencia del ente: el arte es el fenómeno
en su transparencia, la presencia y patencia de la síntesis inmediata
y sensible de lo singular y lo universal a través del principio de variación.
De hecho, lo que en música se llama variación no es una forma musical
dentro de otras muchas, no es una simple forma compositiva. Es, de hecho,
como se ha reconocido muchas veces, el principio mismo en que se condensa
la música, al menos la música occidental, la forma en la cual, en esencia,
se resuelven todas las restantes formas compositivas, que sería modalidades
de este principio general. De hecho, desde que puede hablarse de música
referida a una «cadencia», el discurso musical se juega en el terreno
de las repeticiones, ya en las formas simples de un estribillo que, sin
embargo, abre también el espacio a las diferencias. El
discanto introduce ya una repetición diferenciada respecto al unísono
del cantus firmus y el «punto contra punto» elabora
y despliega los sencillos cánones que repiten «lo mismo» en secuencias temporales distintas, creando así
un relieve, una perspectiva espacial y temporal en donde se aloja la polifonía.
El juego del contrapunto propicia así los tratamientos fugados,
primero a través de una coordinación de voces diferenciadas que se armonizan
como resultado o como producto (renacimiento), luego a través
de una armonización a priori que permite un nuevo modelo complejo de homofonía (madrigal)
como premisa de una multiplicidad fugada de voces (polifonía barroca).
En el romanticismo, en Beethoven, en Brahms, las variaciones
sobre un tema aparecen bajo el modo relevante y maduro de líneas
o tiradas melódicas que guardan entre sí «aires de familia»,
si bien mantiene cada «variación» una
destacada personalidad, una singularidad propia, inolvidable.
Pero puede afirmarse
sin exageración, que todas las artes, más acá o más allá de sus diferencias,
espaciales o temporales, narrativas, visuales, compositivas, se rigen
en sustancia por ese mismo principio general de variación. Y así podemos
sorprender células compositivas o de diseño, arquitectónico , pictórico,
que generan, a través de repeticiones, simetrías, inversiones, deformaciones,
alargamientos, achatamientos, crescendos y diminuendos, un despliegue
formal a través del cual se cumple la síntesis inmediata y sensible de
la unidad orgánica, de lo Uno y lo Diverso en la obra. Lo mismo respecto
a «contenidos» articulados o estructurados, entramados de iconos o
de mitemas.
La variación implica que un determinado tema musical, perfectamente
identificable, generalmente del acervo tradicional, de otro compositor
o del proio creador de la variación, es utilizado para producir en torno
a él diferencias (en castellano se llamaba diferencias a las
variaciones), es decir, modificaciones estructurales que garantizan el
carácter orgánico y unitario de la composición, en la medida en que, en
cada nueva variación, reaparece el «tema» engalanado, adornado, deformado,
metamorfoseado, disfrazado. Lo que se modifica y varía es una célula musical
que se suele exponer a través de un tema melódico recognoscible, la cual
va desplegando, en el curso de sus variaciones, su propia potencialidad,
todas las virtualidades de su esencia.
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Pero esta primera aproximación
a lo que de verdad la variación sea resulta pobre y ajena, sobre todo
en relación al efecto que la variación puede producir en la recepción,
signo o síntoma de un carácter peculiar inserto en la obra misma. ¿Cómo
explicar, desde estos escasos presupuestos, la punzante sensación que
una buena composición del orden «tema y variaciones» produce, la de que
el tema se va formando y enriqueciendo, cobrando nuevas determinaciones
y concreciones, desplegando riqueza, «esencia», en la medida misma que
se varía? No es que haya, por un lado, un tema del que se echa mano y
por el otro cuatro o cinco variaciones que lo van haciendo y deshaciendo.
Es el propio tema el que se crea y se recrea en cada variación, es
el propio tema el que se hace y deshace en cada nueva variación. Una
verdadera o genuina variación es aquella capaz de resaltar y destacar
el tema mismo en su más genuina singularidad en cada una de sus variaciones
y a la vez en su más tensa diferencia. Cuanto más diferenciado está el
tema en la variación y a la vez más recognoscible como aquel
tema del cual se parte, cuanto mayor índice de desviación y de memoria
exhibe la nueva variación, tanto más cumple el requisito de la variación,
ser siempre lo mismo siempre diferente. Ese ser siempre lo mismo
siempre diferente es lo que llamo recreación. Sólo aquello que en torno
a sus propias recreaciones sonsigue ser siempre lo mismo siempre diferente,
sólo eso es propiamente singular. Por lo mismo, cuanto más capacidad
de anticipación se advierte en una variación con respecto a las que le
siguen, de manera ue éstas permitan memorizar lo ya anteriormente anticipado,
tanto mejor se cumple ese requisito de la verdadera variación, en la cual
se reitera lo mismo, se anticipa lo mismo, en una reiteración y anticipación
que siempre es diferente. Y digo aquí lo «mismo» como algo que nada tiene
que ver con lo «idéntico» o con lo «igual». La mismidad soporta la
diferencia, no así la identidad o la igualdad, que sólo toleran la
diferencia indiferente entre meros singulares que se revelan,
en su insistencia, «idénticos» o «iguales». La mismidad se corresponde
con el círculo del singular universalizado en recreaciones. La identidad,
con el singulare tantum (mero singular o individuum)
a través de cuya repetición en el elemento de la diferencia indiferente
pueden formarse, por generalización, conceptos, leyes. Conceptos y leyes
que, sin embargo, adquieren dimensión crítica y problemática cuando han
de habérselas con singulares que «desbordan» su aparecer y reaparecer
como simples réplicas ejemplificadoras de una serie de identidades o de
igualdades: cuando comienzan a exhibir excepciones o singularidades. Las
variaciones entre sí, si son genuinas variaciones, son variaciones de
lo mismo, sin ser jamás idénticas ni iguales entre sí. Y eso «mismo» no
es sino el propio poder de recreación del singular en ejercicio.
En la variación, por tanto,
es siempre un mismo singular el que se crea recreándose en cada variación.
Decía en Meditación sobre el poder que «crear es recrearse recreando»,
dando a este aforismo una significación ontológico que aquí incorporo.
De hecho, ya la primera variación no es, en sentido estricto, «primera»,
«tema princeps», sino recreación: anticipa lo que adviene en
su presencia y cobra sentido, verdad y esencia de la serie abierta que
desencadena y en la que desborda, serie que, en otro sentido, «se desborda»
y se recrea en el «tema primero» que aparece. No hay un primer tema ni
última variación, sino un constante crearse y recrearse lo ya de siempre
creado y recreado. Sólo que ese «de siempre» debe concebirse a partir
de una fundamental ausencia, a partir de un fundamento en falta y con
referencia a una finalidad sin fin. Cada variación es singular, es ese
mismo singular, que no es ningún «tema princeps». De ahí
la sensación que produce todo verdadero comienzo de una composición, especialmente
musical, la de algo que no comienza sino que recomienza, como si se tomara
al vuelo un fragmento de discurso ya iniciado en algún punto abrupto que
presupondría fragmentos o variaciones antecedentes. Lo mismo puede afirmarse,
en un terreno más general, respecto a toda verdadera y «plena» verbalización
de afectos o deseos inconscientes materializados en la llamada «situación
analítica». De hecho, no hay variación primera ni variación postrera.
El círculo queda abierto, como también cualquier situación analítica o
exegética, a posibles interpretaciones, que son y serán recreaciones de
lo mismo, así por ejemplo la implantación en diversas secuencias históricas,
a través de la interpretación escénica del Edipo Rey de Sófocles,
sin excluir las variantes científicas diferenciadas que en ese mito profundo,
auténtico mito ilustrado, obra de arte, hallan su fuente de inspiración
y su soporte teórico (así la teoría freudiana o la concepción aristotélica
y hegeliana de la tragedia). Cuanto más apretadamente se produce la síntesis
del singular y del universal en la recreación, mayor es la capacidad de
anticipación de la «obra», mayor la capacidad de «impresión» de la pieza
en el receptor (es decir, aquel que puede recrearla), mayor, pues, su
capacidad de abrirse a una activa memorización y activa mimesis. Lo
memorable es siempre lo que logra singularizarse y por lo mismo queda
abierto a toda suerte de interpretaciones o recreaciones, sea una hazaña
cívica monumentalizada como memento, como huella mnémica grabada o esculpida
en piedra, sea un acontecer psíquico en la vida individual, sea cualquier
acontecer físico en la vida de los cuerpos celestes. Interpretar es recrear
singularmente lo singular, lo ya recreado, abierto a nuesvas recreaciones.
4.- El poder, instancia crítico-trascendental
El ser se nos manifiesta
como fenómeno propia o meramente. El fenómeno es el singular sensible
en devenir, eso que produce en nuestras almas asombro y vértigo y en consecuencia
da que pensar. Y eso que se nos presenta lo hace bajo dos modos,
como lo que es propia o meramente. Eso que nos produce
asombro y vértigo (en tanto que hábitos pasionales) es propiamente; de
lo contrario no produciría asombro y vértigo. Lo que produce asombro y
vértigo y da que pensar es el singular qua singular, o l que
es bajo el modo de la singularidad. Desde ese asombro y vértigo podemos
preguntar entonces por lo que no es bajo ese modo. O dicho de otra manera,
si lo que hay es siempre bajo ese modo. Pero el asombro y el vértigo,
como pasiones y disposiciones filosóficas, no son cualquier pasión, sino
singulares pasiones referidas a seres también singulares. Luego
hay también lo que es bajo otro modo que el singular, algo que es bajo
el modo de ser meramente, impensable como singular. De eso decimos
algo en tanto prueba ser meramente al repetir, condición de que
formemos algún concepto de ello. Es lo que no proudce asombro
ni vértigo. Habrá que ver qué afectos produce en nuestras almas. Hay,
pues, dos modos de ser el singular sensible en devenir, ser propiamente
singular o ser meramente singular. ¿En qué se funda esta diferenciación
modal inmediata del ser del ente en singularidad e individualidad,
en singularidad propia e impropia? ¿Es posible hallar un fundamento in
re que rebase la documentación anímica, pasional, subjetiva con que
nos «encontramos» esa distinción y dé razón a esa diferenciación,
actuando como pauta discernidora, crítica, selectiva? ¿Cuál es, pues,la
instancia trascendental que, de ese modo inmanente, permite diferenciar
intrínsecamente lo que es meramente siendo y propiamente
deviniendo? ¿Qué fuerza o qué ptencia, qué poder o dynamis explica
esa diferenciación? ¿Dónde hallar ese criterio selectivo capaz
de explicitar lógicamente, desde el corazón físico mismo
de la cosa, esta distinción modal entre el ser propio y el ser impropio,
entre lo que es propiamente y lo que es meramente? La prueba primera que
tenemos de un singular propiamente dicho estriba en su capacidad
por desbordar o exceder lo que es bajo el modo del singulare tantum,
su capacidad por emitir, más allá de sí mismo, un ser otro en el
que el primitivo insiste de modo reproducido y diferenciado. Ese «ir más
allá del límite» que delimita, define, cirscunscribe a un ente a ser «no
más de lo que es», a «ser lo que es» en el modo de la igualdad o identidad,
o a reproducirse en una variante que sólo se diferencia de modo numérico
de los restantes elementos de la serie o del conjunto, ese rebasamiento
o desbordamiento, índice de su fertilidad, fecundidad, creatividad, eso
es el sello distintivo fáctico que nos permite documentar esa distinción
entre entes meramente singulares, entes capaces de reiterarse
en la diferencia y entes que o bien «mueren sin descendencia» o bien repiten,
bajo el modo de lo idéntico y lo igual, réplicas uniformes de sí mismos.
Nietzsche distingue la voluntad de poder en voluntad ascendente y decadente,
distinción que Heidegger retoma soto voce en su disntinción modal
del ser ahí en existir propia e impropiamente. Mi idea se aproxima
a la distinción nietzscheana, si bien aprovecha la extraordinaria formalización
arquitectónica heideggeriana. Pero a diferencia de Heidegger, ve la prueba
crítica y discernidora de la fertilidad (que desde luego se produce a
partir o desde el horizonte de finitud desvelado y subrayado por Heidegger,
el horizonte de la «deuda fundamental» y de la «muerte» como límite).
Sin embargo, pienso la euda, ese fundamento aquejado de no
ser y la muerte, esa finalidad truncada nunca colmada,
como horizontes de nihilidad abismales, suscitadores de
asombro, de estupor, de vértigo, también de espanto aciago, en los cuales
se produce el movimiento poiético-recreador del devenir.
En este punto mi disidencia con Heidegger es total, en la medida
en que este pensador queda fijado en la perspectiva filosófica del «yo
mismo» (ya el Dasein es conceptuado como el ser «que en
cada caso soy yo mismo»). Pienso en cambio en el Da-sein, ser
ahí, como eso que físicamente e repite o recrea en el devenir,
patrón y matriz de la recreación humano-cultural de ese elemento
físico. Heidegger no rebasa el horizonte subjetivista-idealista de una
asunción de «ser» y «comprensión del ser» propio de toda la filosofía
moderna: es el cul de sac de la modernidad cartesiano-
kantiana. Y ahora la filosofía del futuro debe atreverse a abrir nuevos
horizontes de reflexión, trascendiendo el cogito sum, tanto el
«cogito» como el «sum», como premisa supuesta de la filosofía, hasta
captar el esse, un esse determinable física, inmanentemente
en la finitud, como tiempo físico originario que acontece y adviene,
recreándose en cada fundación de entes o de regímenes de ente. La
naturaleza no es, como quiere Heidegger, un «caso límite de desmundanización
del mundo», ni el factum del Dasein es su ser en
el mundo, sino que previo y antecedente al mundo (humano-cultural)
hay ya ahí acontecer físico y tiempo verdadero generador de acontecimientos
entitativos, presencias (si quiere decirse así), que son ahí,
desveladas, a la luz, independientemente de que un Dasein
«que en cada caso soy yo mismo» los capte o no los capte. Y en ese
corazón físico se halla el criterio o logos eterminante de su
propio aparecer y desaparecer, de su verificarse u ocultarse, de su advenir
o de su retrotraerse en el seno o regazo mismo del Ser. De un Ser-Tiempo
afectado de no-ser. Y bien, en el corazón físico del ente hallamos también,
junto a sus latidos temporales, y como expresión de esos latidos, ese
criterio selectivo discernidor entre lo que es propiamente ente
en su singularidad y lo que es, de modo decadente o «meramente»
ente bajo el modo del singulare tantum. Luego si preguntamos
qué capacidad, fuerza o potencia permite diferenciar modos de ser hay
que decir rotunda y tautológicamente que es la capacidad, fuerza o poder
lo que constituye el fundamento trascendental inmanente y físico
de la diferencia modal del ser del ente, principio crítico-trascendental
que diferencia el ser propio o singular que se recrea del ser
meramente o singular que se extingue sin descendencia o simplemente
se repite. Entendiendo aquí por «descendencia» eso de un ser que sigue
vivo y causando efectos en aquello que promueve, sin dar aquí concreción
a qué sea eso que promueve. La cosa es, pues, diferenciable por su
poder. Sólo que, cpomo ya he insinuado en escritos anteriores, debe
distinguirse enérgicamente poder de dominio. Este punto
será desarrollado cuando variemos en clave ética estas reflexiones.
Ahora bien, la prueba del poder
debe verse, en una segunda aproximación, en la capacidad de un ente por
asumir plenamente su condición temporal finita, por desbordarse y tensar
su hoy, su presentarse, hacia un ayer constitutivamente antecedente
o hacia un fututro constitutivamente consecuente. En el caso humano, pues,
puede hallarse en la capacidad viva de memorización y anticipación la
prueba fáctica de ese criterio de poder. Quien no se apropia de su historia
personal a través de la expresión verbalizada activa de su sí-mismo ya
sido, a través del fulgor de la palabra plena y poética capaz de
abrir el horizonte de advenimieto y desbordamiento, quien no ilumina con
el rayo de la palabra-acción el trastero o desván donde malviven los escombros
históricos propios existentes en asociación libre, hiriendo y rasgando
la tiniebla de un futuro de incertidumbre y vehiculando a través del fulgor
del rayo de su palabra-acción su propio deseo, eros; quien, por
tanto, no se adueña de su eros, en toda su magnitud de verdad,
placer, brillo, horror y pesadilla, ese ser humano se ve en la condena
sisífea a la compulsión de la repetición, a repetir lo no memorizado,
a repetir sin diferencia en el futuro, pues sólo el buzo de sí mismo,
el espeleólogo de su historia personal puede abrir campos de novedad y
futurición, pasto al futuro. Y lo mismo debe decirse, con energía, de
etnias y de pueblos: los que nomemorizan viva, activamente, su historia
se ven en la condena sisífea de repetir esa historia. Y bien, a través
del rayo de la palabra-acción extática respecto a su «pasado» y a «futuro»,
se instaura e inaugura, como historicidad propia, un régimen
de ente abierto a variaciones, en las cuales insiste esa palabra-acción
y se prolonga el brillo y la estela de su fulgor o se reanima la chispa
abrasadora. Y bien, lo que lastra todo brillo, lo que anega en agua turbia
o en pantanoso lodazal toda palabra-acto generadora de acontecer
o historia, lo ahistórico por excelencia, el eterno escarnio del retorno,
eso es la Dominación, principio de ocultación del ser-tiempo y de toda
dimensión de memorización y de proyecto, pura apropiación de un presente
puro, escueto, obsceno, que se administra y se disfruta, sin abrir
su dinámica y su devenir.
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