CAPÍTULO 1: FILOSOFÍA DEL LÍMITE
Hace tres décadas que publiqué mi primer libro, La filosofía y
su sombra. Ese primer libro mío tenía, como característica principal,
someter a la razón ilustrada, o a la razón crítica, a un permanente
cerco en relación a sus propias sombras. En cierto modo ese libro marcó
el ámbito filosófico en el que, a partir de entonces, iba a moverme.
Mi propuesta filosófica, la que con este libro inicié (y que luego proseguí
en múltiples publicaciones), pretende someter a la razón filosófica
a un diálogo constante y continuo con sus propias sombras. No intenta
ni pretende disolver nuestra inteligencia en lo irracional (en la locura,
en la disolución de la identidad, en el pensamiento mítico o mágico,
en el mundo ético de las pasiones, en las estéticas de lo siniestro
o en relación al ámbito de lo sagrado). Se trata, más bien, de favorecer
un constante forcejeo entre la razón y esas sombras. ese diálogo preserva
el carácter crítico de la razón. Y en él consigue la razón
adquirir madurez y solvencia en virtud de esa prueba, o de ese experimento,
consistente en abrirse a todo aquello que la reta o que la asedia desde
su propio extrarradio.
Al cabo de treinta años pedo dar nombre a esa razón ilustrada y crítica
que se fortalece en virtud de ese diálogo con sus propias sombras. A
la propuesta filosófica que desde hace años voy dando cuerpo la llamo
<filosofía del límite>. Y el concepto de razón, o de inteligencia
racional, que a esa filosofía corresponde es a lo que llamo razón
fronteriza.
Frente a una razón dogmática, quese impone mediante la exclusión de
sus sombras, o frente a las propuestas <postmodernas> de disolución
de la razón, propongo una razón crítica que halla en esa frontera
entre ella y sus sombras el lugar mismo de su propia emergencia.
esa razón fronteriza se expande de forma transversal por todos los ámbitos
que son específicos de la filosofía: tiene cosas que decir en el ámbito
de la estética y de la filsooía de la religión, pero también en el terreno
de la ética y de la reflexión cívico-política. Pero sobre todo esa propuesta
de razón permite una reflexión sobre nuestra propia condición (humana);
nos permite esclarecer eso que somos. Ya que en última instancia
la gran pregunta filosófica es la que parece condensar todas las demás,
la pregunta <¿qué es el hombre?>.
Desde siempre he considerado que la filosofía es unitaria. No existen
especialidades filosóficas. Se trata de desplegar una Idea sobre los
distintos ámbitos en los cuales circula la reflexión filosófica. Para
lo cual es preciso, evidentemente, formular tal Idea como propuesta.
Y eleaborar del mejor modo esa propuesta. Tal propuesta es filosófica
siempre que permite entender de una forma renovada la realidad
y el mundo en que estamos, a la vez que nos posibilite clarificar nuestra
propia capacidad (inteligente) de dotarla de sentido y significación
(mediante usos lingüísticos o trazos de escritura).
Yo propongo desde hace años comprender eso que somos a través
de la idea de límite. Somos los límites del mundo. En razón
de nuestras emociones, pasiones y usos lingüísticos dotamos de sentido
y significación al mundo de vida en que habitamos. Abandonamos la simple
naturaleza e ingresamos en el universo del sentido (lo que,
técnicamente, podemos llamar mundo). Pero a la vez constituimos
un límite entre ese <mundo de vida> en el que habitamos
y su propio más allá: el cerco de misterio que nos trasciende
y que determina nuestra condición mortal.
Nuestra condición limítrofe y fronteriza nos sitúa a infinita distancia
de la naturaleza (pre-humana) y del misterio (supra-humano). Nuestra
condición marca sus diferencias en relación a lo físico (la vida vegetal
o animal) y en relación a lo metafísico o teológico (la vida divina).
Profundizar en el reconocimiento de esa condición humana de
carácter limítrofe y fronterizo es, creo yo, el cometido de una filosofía
que aspire a ser, a la vez, la más ajustada a las reflexiones de este
cambio de siglo y de milenio, y que conecte con las grandes tradiciones
de la filosofía de siempre.
En los últimos años he efectuado incursiones en uno de los ámbitos más
atractivos que esta filosofía del límite hace posible. el diálogo y
la reflexi´n con la experiencia religiosa. He propuesto, en diversas
publicaciones, la necesidad, muy de nuestra hora, de pensar la religión.
O de tramar un diálogo entre la razón ilustrada, concebida como
razón fronteriza, con esa sombra de la razón que ha sido, desde
hace un par de siglos, la religión. Con ese fin he dispuesto de un concepto
que, convenientemente recreado y repensado, puede ser apto para abrir
la razón fronteriza hacia esa experreicnai de lo religioso: el concepto
de símbolo. Ya que entiendo por símbolo la exposición
y expresión, en figuras y formas sensibles, de lo sagrado.
Y las distintas religiones constituyen formas siempre fragmentarias,
pero necesarias, de dar cauce expositivo y expresivo, mediante símbolos,
a lo sagrado.
La mitología compone el conjunto de narraciones a través de las cuales
se hace exégesis, o interpretación, de los símbolos religiosos; el ritual
y el ceremonial (el sacrificio, sobre todo) son las implantaciones escénicas,
o festivas, de dichos símbolos. Del mismo modo como el templo surge
de la implantación in-augurante del símbolo en el espacio; y la fiesta,
de su instauración en el tiempo. En mi libro La edad del espíritu
(y en Pensar la religión, que es un complemente del mismo,
algo así como un <apéndice> de aquél) expuse de forma amplia y
detallada esa reflexión sobre lo religioso a través de las formas simbólicas.
También a través de símbolos tenemos la posibilidad de formalizar y
configurar aspectos de nuestro mundo de vida. Y ello a través de figuras
(que pueden llegar a ser iconos o signos lingüísticos).
Esas figuras que permiten hacer habitable el mundo las encontramos
en todas las artes, incluso en aquellas en las que la impronta icónica
o lingüística no es patente (como en la arquitectura y la música). En
mi libro Lógica del límite llamaba a esas artes (a la arquitectura
y a la música) artes fronterizas. En virtud de ellas se hacen
habitables el espacio y/o el tiempo a través de configuraciones
simbólicas.
El último libro que he publicado, La razón fronteriza, constituye
la tercera pieza de una trilogía a través de la cual he ido desarrollando
mi propuesta filosófica, mi <filosofía del límite>. Lógica
del límite, La edad del espíritu y La razón fronteriza forman
una unidad; los tres componen el fruto de bastantes años de reflexión
filosófica, a la vez que tres incursiones principales de esta <filosofía
del límite>: hacia la estética y la teoría de las artes (Lógica
del límite); hacia la filosofía de la religión y hacia la historia
de las ideas en clave religioso-filosófica (La edad del espíritu);
y hacia la teoría del conocimiento, o de la verdad, en el último tramo
de la trilogía, La razón fronteriza.
Se trata de una propuesta arquitectónica y constructiva
que tiene la pretensión de acabar con los vicios postmodernos tan propios
de los años ochenta. Hoy ya no vale decir que la filosofía sólo se mueve
entre fragmentos, o que sólo puede efectuar <des-construcciones>
de los <edificios> filosóficos (<logo-céntricos>) del pasado.
O que disuelve su especificidad en el concepto indiferenciado de <género
literario>, o en <lo textual> (en esa noche en que todas las
vacas son pardas). El cambio de siglo y de milenio nos reta de nuevo
a que nos aventuremos hacia posibilidades de construcción filosófica,
por muy despiertos que estemos ante cualquier ingenuidad <sistematizante>.
Pero la filosofía no puede renunciar a lasgrandes preguntas de siempre
relativas a nuestra condición humana, a lo específico de ésta (que es,
a mi modo de ver, la inteligencia pasiona) o a las formas de expresión
de lo más genuino de nosotros mismos (mediante ideas filosóficas, formas
artíctiscas o símbolos religiosos).
Frente a proyectos de razón dogmática, como los propios de las filosofías
'comunicativas' germánicas de anteriores décadas o frente a las disoluciones
postmodernas (como el pensiero debole, la des-construcción
o cosas por el estilo), se propone aquí una razón crítica ilustrada
que asume su naturaleza crítica en razón de su inveterado diálogo
con sus propias sombras. Y que se provee de símbolos para lograr
un acceso, siempre paradójico, a la trascendencia, o para configurar,
mediante formas artícticas, nuestro propio 'mundo de vida'.
Quedaba pendiente todavía, una vez trazadas las líneas mayores de esta
reflexión filosófica, un próximo desarrollo que mostrase la capacidad
que esta orientación tiene de promover una inflexión relevante en el
campo de la ética. El texto que aquí presento es, justamente, esa modulación,
o variación de la 'filosofía del límite' en el ámbito de la ética. En
él condenso, como podrá comprobar el lector, las consecuencia éticas
que pueden desprenderse de esta filosofía del límite. Se trata,
pues, de mostrar el 'uso práctico' de esa razón fronteriza que,
en términos de teoría del conocimiento, ha sido materia de reflexión
en el libro que publiqué anteriormente con ese título.
En esta reflexión éticas muestro, como se verá, la necesidad de buscar
la inspiración de la ética en la reflexión, antes referida, relativa
a lo que somos. Ya que sólo de esa reflexión sobre nuestra
propia condición, sobre la condición humana que nos es propia, es posible
promover una propuesta ética que reviva y recree otras propuesta
tradicionales oclásicas, sólo que dándoles una inflexión y un giro peculiar
(el que deriva de la inspiración limítrofe de la filosofía
que voy componiendo).
En este texto iré rodeando y cercando el único imperativo ético
que a mi modo de ver posee plena legitimidad 'racional', o que
se adecua y ajusta a nuestra propia condición, pudiéndose en consecuencia
universalizar. Tal imperativo hace ya años que lo vengo formulando (desde
que inicié una reflexión sobre 'los límites' en mi ya lejano libro Los
límites del mundo). Tal imperativo dice así: 'Obra de tal manera
que ajustes tu máxima de conducta, o de acción, a tu propia condición
humana; es decir, a tu condición de habitante de la frontera'. Este
imperativo es, de hecho, una variante del viejo dicho de Píndaro: 'Llega
a ser lo que eres'. Es también una viarante del adagio délfico: 'Conócete
a ti mismo (y obra en consecuencia)'.
De ese imperativo da testimonio cierta 'voz' (que modernamente llamamos
'voz de la conciencia') que resuena a través de la máscara a
través de la cual nos presentamos ante los demás (y ante nosotros mismos).
Esa máscara es la que determina nuestra personalidad. Person
asignifica máscara en latín: hace referencia a la 'voz' que resuena
a través de la máscara teatral (per-sonare). esa voz
que resuena a través de esa máscara que nos dota de existencia singular,
o personal, es justamente la voz imperativa de la proposición ética:
la que nos invita, y conmina, a habitar el límite del mundo,
o a encarnar esa condición limítrofe y fronteriza que constiutye nuestro
signo de identidad. Esa propuesta es, además, la razón y el fundamento
de nuestra libertad. Ya que está en nuestras manos tanto responder
(de forma libre, responsable) a esa proposición, como también rechazar
en forma de negación esa propuesta. Lo que de ese rechazo puede surgir
es lo contrario a lo humano: la generación de lo inhumano.
Sólo el hombre, en virtud de esa libertad que constituye su máxima dignidad
(como ya supo comprender el gran pensador italiano del Renacimiento
Pico della Mirandola), puede generar en torno suyo, en su conducta y
en la vida que le rodea, situaciones y formas de vida calaramente inhumanas.
El límite es, siempre, un concepto resbaladizo y de doble filo, de una
ambigüedad a veces irritante (aunque siempre estimulante). Todo límite
es, siempre, una invitación a ser traspasado, transgredido o revocado.
Pero el límite es, también, una incitación a la superación, al exceso.
Los romanos llamaban limes a una franja estrecha de territorio,
aunque habitable, donde confluían romanos y bárbaros, o ciudadanos y
extranjeros. En las fronteras se producen siempre importante fenómenos
de colisión y mestizaje; todo pierde su identidad pura y dura de carácter
originario, agreste o natural. Y el hombre es fronterizo en razón de
esa colisión que en él se forma: no es ni un animal ni un dios
(ni tampoco un dios animal, o un animal divinizado ,según el sueño dionisíaco
de Nietzsche). En ese carácter 'centáurico' estriba su peculiaridad;
también, en cierto modo, su tragedia; pero así mismo su posible dignidad.
Ese carácter fronterizo del hombre tiene, pues, una posible expansión
ética; y puede tener, también, un impulso filosófico que permita reflexionar
sobre nuestra condición cívica, política. En nuestra época esa reflexión
es necesaria, ya que nos hallamos zarandeados por falsos universalismos
(como los que ciertas formas economicistas o tecnológicas de 'globalización'
proponen) y por irredentos e irritantes particularismos (como los que
ciertos modos de integrismo religioso o nacionalista disponen). Entre
el 'casino global' de una economía y de una técnica universalizada y
el 'santuario local' de los nacionalismos y de los integrismos, es importante
repensar la articulación de instancias universales y locales, o cosmopolitas
y personalistas, a través de nuevas categorías (que dejen o aparquen
por obsoletas las eternas querellas entre el Individuo y lo Colectivo).
En esos contextos la 'filosofía del límite' tiene, creo, campo abierto
a la generación de nuvos modos de pensar lo comunitario y lo personal,
introduciendo inflexiones conceptuales que pueden tener relevancia en
el ámbito de las ideas cívicas y políticas. Pero estas prolongaciones
cívicas y políticas de la 'filosofía del límite' serán objeto de consideración
y reflexión (si el Dios del límite así lo dispone) en el futuro. En
este libro me limito a poner las bases éticas de un posible
'uso cívico-político' de la razón fronteriza.
CAPÍTULO 3: HUMANA CONDITIO
Dice Wittgenstein en su Diario filosófico que es indispensable,
si quiere pensarse de verdad, situarse cadad vez ante un problema, o
ante un asunto, como si fuese abordado por vez primera, o como si nunca
antes se hubiese tratado o pensado. No siempre es posible cumplir este
imperativo wittgensteiniano. Es difícil recuperar el impulso auroral
que permite pensar la cuestión del límite como la
cuestión filosófica: como el núcleo conceptual de cuya energía de ligadura
depende la cohesión misma de una posible edificación filosófica.
Doy a ese término significación filosófica radical; es
decir, sentido ontológico. De hecho, ese sentido ontológico
del límite (que concibe el ser, o lo que por tal comenzaron
a pensar Parménides y Aristóteles, como ser del límite) permite
elucida la naturaleza y condición de lo que somos, la humana
conditio.
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