Fragmentos de De la Providencia.
Será cosa superflua querer hacer ahora demostración de
que esta grande obra del mundo no puede estar sin alguna guarda, y que
el curso o discurso cierto de las estrellas no es de movimiento casual.
(I)
Yo quiero ponerte en amistad con los dioses, que son buenos con los buenos,
porque la naturaleza no consiente que los bienes dañen a los buenos.
Entre Dios y los varones justos hay una cierta amistad unida mediante
la virtud. Y cuando dije amistad, debiera decir una estrecha familiaridad
y una cierta semejanza; porque el hombre bueno se diferencia de Dios en
el tiempo, siendo discípulo e imitador suyo; porque aquel magnífico
Padre que no es blando exactor de virtudes, cría con más
aspereza a los buenos, como lo hacen los severos padres. (I)
¿Por qué, sucediendo muchas cosas adversas a los varones
buenos, decimos que al que lo es no le puede suceder cosa mala? Las cosas
contrarias no se mezclan. Al modo que tantos ríos y tantas lluvias
y la fuerza de tantas saludables fuentes no mudan ni aun templan el desabrimiento
del mar, así tampoco trastorna el ánimo del varón
fuerte la avenida de las adversidades; siempre se queda en su ser, y todo
lo que le sucede lo convierte en su mismo color, porque es más
poderoso que las cosas externas. Yo no digo que no las sienta, pero digo
que las vence y que, estando plácido y quieto, se levanta contra
las cosas que le acometen, juzgando que todas las adversas son examen
y experiencias de su valor. (II)
Marchítase la virtud si no tiene adversario, y conócese
cuán grande es, y las fuerzas que tiene, cuando el sufrimiento
muestra su valor. Sábete, pues, que los varones buenos han de hacer
lo mismo, sin temer lo áspero y difícil, y sin dar quejas
de la fortuna. Atribuyan a bien todo lo que les sucediere; conviértanlo
en bien, pues no está la monta en lo que se sufre, sino en el denuedo
con que se sufre. (II)
Añadiré que estas cosas las dispone el hado, y que justamente
vienen a los buenos por la misma razón que son buenos. Tras esto,
te persuadiré que no tengas compasión del varón bueno,
porque aunque podrás llamarle desdichado, nunca él lo puede
ser. (III)
Entre muchas magníficas sentencias de nuestro Demetrio, hay ésta,
que es en mí fresca, porque aún resuena en mis oídos.
"Para mí, decía, ninguno me parece más infeliz
que aquel a quien jamás sucedió cosa adversa"; porque
a éste tal nunca se le permitió hacer experiencia de sí,
habiéndole sucedido todas las cosas conforme a su deseo, y muchas
aún antes de desearlas. Mal concepto hicieron los dioses de éste;
tuviéronle por indigno de que alguna vez pudiese vencer a la fortuna.(III)
Las cosas prósperas suceden a la plebe y a los ingenios viles;
y, al contrario, las calamidades y terrores, y la esclavitud de los mortales,
son propios del varón grande. (IV)
Dígote verdad que Dios hace el negocio de los que desea perfectos
siempre que les da materia de sufrir fuerte y animosamente alguna cosa
en que haya dificultad. Al piloto conocerás en la tormenta, y al
soldado en la batalla. (IV)
Ruégoos que no queráis espantaros de aquellas cosas que
los dioses inmortales ponen como estímulos a los ánimos.
La calamidad es ocasión de la virtud, y con razón dirá
cada uno que son infelices los que viven entorpecidos con sobra de felicidad.
(IV)
Así que dios endurece, reconoce y ejercita a los que ama; y al
contrario, a los que parece que halaga y a los que perdona, los reserva
para venideros males. (IV)
Huid de los deleites y de la enervada felicidad con que se marchitan los
ánimos, a quien si nunca sucede cosa adversa que les advierta de
la humana suerte, están como dormidos en una perpetua embriaguez.(IV)
Los dioses siguen en los varones justos lo que los maestros en sus discípulos,
que procuran trabajen más aquellos de quien tienen mayores esperanzas.(IV)
Siendo esto así, ¿ de qué nos admiramos si Dios experimenta
con aspereza los ánimos generosos? ¿ Es por ventura blanda
y muelle la enseñanza de la virtud? Azótanos y hiérenos
la fortuna: sufrímoslo; no es crueldad, es pelea, a la cual cuantas
más veces fuéremos, saldremos más fuertes. (IV)
Los hados nos guían, y la primera hora de nuestro nacimiento dispuso
lo que resta de vida a cada uno; una cosa pende de otra, y las públicas
y particulares las guía un largo orden de ellas. Por lo cual conviene
sufrir todos los sucesos con fortaleza, porque no todas las cosas suceden
como pensamos; vienen como está dispuesto, y si desde sus principios
está así ordenado, no hay de qué te alegres ni de
qué llores, porque aunque parece que la vida de cada uno se diferencia
con grande variedad, el paradero de ella es uno. Los mortales habemos
recibido lo que es mortal; use, pues, la naturaleza de sus cuerpos como
ella gustáre; y nosotros, estando alegres y fuertes en todo, pensemos
que ninguna cosa de las perecederas es caudal nuestro. ¿ Qué
cosa es propia del varón bueno? Rendirse al hado, por ser grande
consuelo el ser arrebatado con el universo.¿Qué razón
hubo para mandarnos vivir y morir así? La misma necesidad obligó
a los dioses, porque un irrevocable curso lleva con igualdad las cosas
humanas y las divinas. Que aquel Formador y Gobernador de todas las cosas
escribió los hados, pero síguelos, una vez los mandó,
y siempre los ejecuta. ¿ Por qué, pues, siendo Dios, no
fue justo en la distribución del hado, asignando a los varones
buenos pobreza, heridas y tristes entierros? El artífice no puede
mudar la materia; esta es la que padeció. (V)
¿ Por qué permite Dios que a los varones buenos se les haga
algún mal? No permite tal; antes aparta de ellos todos los males,
las maldades, los deleites, los malos pensamientos, los codiciosos consejos,
la ciega sensualidad y la avaricia, que anhela siempre por lo ajeno. (VI)
Séneca, De la providencia.
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