Karl Popper, en palabras de Neurath, representó
"la oposición oficial al Círculo de Viena"
y fue, junto con Hans Albert el creador de la corriente denominada
racionalismo crítico.
Nacido en Viena en 1902 e interesado en gran variedad de ámbitos
del saber (fue licenciado en matemáticas y en física),
Popper trabajó como profesor de la London School of Economics,
obteniendo la cátedra de Lógica y Filosofía de
la Ciencia en 1949.
Cuando los nazis tomaron el poder, Popper abandonó Austria y
se trasladó a Australia, lugar en el que conoció a Eccles,
un investigador de los procesos neurobiológicos con el que más
tarde escribiría conjuntamente la obra El yo y su cerebro,
en 1977. Después de su estancia en Australia se refugia en Inglaterra,
lugar en el que fue gratamente recibido y donde se le honró con
el título de Sir en 1965.
De su estancia en Viena, que abandona en 1937, surgen fructuosos contactos
con los miembros del Círculo de Viena, también
denominados neopositivistas [2] , movimiento del que se separó
pronto, pero del que extrajo un riguroso interés por los problemas
epistemológicos y con los que compartía la pretensión
de la necesidad de una unificación de las ciencias y de sus métodos.
No obstante, en muchos puntos, como por ejemplo los que se refieren
al principio de verificación y en la preponderancia de lo empírico
y de su metodología inductiva, entró en una fuerte controversia
con sus miembros, como luego veremos.
Otras disputas tuvieron lugar con los miembros de la Escuela de Frankfurt
(Adorno, Marcuse, etc.) y contra la teoría psicoanalítica
de Freud [3], así como con Wittgenstein y con las teorías
y praxis comunistas ortodoxas.
Popper muere en Londres en 1994, dejando una abundante obra cuya rigurosidad
no menoscaba en absoluto su talante abierto e interdisciplinar.
La sociedad abierta y sus enemigos
Popper escribió dos obras en las que criticaba las visiones totalitarias
y deterministas de la historia: La sociedad abierta y sus enemigos
(1943) y La miseria del historicismo (1944/45). En dichas
concepciones, inauguradas por Platón y reelaboradas por Hegel
y Marx, se concibe que todo devenir histórico posee un
sentido y una meta preestablecida de antemano o que el curso de los
acontecimientos se rige por principios y leyes inexorables, de una manera
fatalista. Este determinismo histórico subyace tanto en las prácticas
del comunismo ortodoxo como en las perpetradas por el nazismo y los
fascismos. Para Popper el error estriba en concebir a las sociedades
como algo cerrado que sigue un curso de acontecimientos exógeno
a las acciones de los hombres, meros espectadores de un devenir que
no pueden transformar.
Frente a esta concepción, Popper defiende una explicación
abierta de la historia y de la sociedad, en la cual el futuro no tiene
puertas clausuradas ni horizontes prefijados, estando abierta a una
continua confrontación y sujeta a una crítica y a un cambio
endógenos, es decir, que se producen desde su interior.
El modelo de sociedad cerrada, que es propio de los totalitarismos,
es utilizado sutilmente incluso por la misma teoría crítica,
que se pretende emancipatoria y en la cual se deja translucir una especie
de sentido de "profecía" histórica. En una conversación
llevada a cabo en la BBC de Londres entre M. Marcuse, H. Lubasz y otros,
Popper dirigirá su airada crítica a la escuela de Frankfurt:
"Me parece un esnobismo cultural promovido
por un grupo que se autodesigna elite cultural y cuyas ideas se caracterizan
por su irrelevancia social. Aquel grupo pensaba que era marxista y,
de hecho, había comenzado como marxista. Consecuentemente, esta
gente creía en la profecía histórica. Pero tras
la toma del poder por Hitler en Alemania se convirtieron, como también
algunos otros, en marxistas decepcionados. La verdad es que todavía
entonces seguían considerando la profecía histórica
como el núcleo de la teoría social, pero desconfiaban
del futuro. Desconfiaban de la humanidad. Rechazaron el evangelio de
salvación marxista. Pero nunca criticaron racionalmente la teoría
de Marx. La llamada teoría crítica carece de contenidos,
no ofrece ninguna crítica sistemática. Tan solo genera
quejas u oscuros gritos de Casandra acerca de los malos tiempos en que
vivimos y acerca de la perversión de la cultura burguesa".
Ahora bien, este carácter abierto de la sociedad y de la historia
le permite a Popper introducir subrepticiamente una negación
de la revolución como praxis transformadora ya que, según
él, en dicho proceso hay que presuponer no sólo una completa
anulación de la totalidad de la estructura en que se genera,
sino una previsión de futuro, es decir, la precomprensión
de un diseño total de lo que la sociedad tendría que ser.
Para Popper los desarrollos han de surgir como modificaciones parciales
que se ejercitan en las partes o en elementos concretos de la estructura,
en esto consiste su "ingeniería social",
en reparar las disfunciones y anomalías desde dentro de una permisividad
que permita la transformación. Es precisamente el modelo democrático
el que más se acerca a la característica de abierto, sin
prescindir de criterios racionales y críticos que orienten los
cambios.
Popper versus el Círculo de Viena
De la misma manera que las sociedades funcionan por disfunciones y por
la técnica del ensayo y error, el conocimiento humano y el progreso
científico se rigen asimismo por estos principios fundamentales.
El problema de la verificabilidad de las proposiciones de la
ciencia no puede descansar en la observación ya que, en el dominio
de los hechos, en lo empírico, nunca es posible inferir un "todos"
de "algunos" (inducción empírica). Este hecho
que Carnap intentó paliar mediante su concepto de verificabilidad
incompleta (no puedo verificar la proposición "todos los
mirlos son negros", pero sí "los mirlos de mi jardín
son negros") es, según Popper, un proceso incorrecto.
"Las teorías no son nunca verificables
empíricamente. Si queremos evitar el error positivista de que
nuestro criterio de demarcación elimine los sistemas teóricos
de la ciencia natural, debemos elegir un criterio que nos permita admitir
en el dominio de la ciencia empírica incluso enunciados que no
puedan verificarse." (Popper, La lógica
de la investigación científica)
En vez de verificar a través de la observación, ésta
habrá de servir como pilar que sustente la falsación: "todos los mirlos son negros" sería un enunciado
erróneo o falso cuando observe, a través de la experiencia,
un caso concreto que no se ajuste a esta afirmación, es decir,
cuando vea un mirlo que no sea negro, lo cual implica que, si bien los
hechos de la experiencia (verdades sintéticas) no pueden ser
verificados, sin embargo, podrán ser considerados como válidos
aquellos que no hayan podido ser refutados o falsados. El criterio de
validez se fundamenta en la falsación de una proposición
o una teoría, lo cual implica que todo aquello que se resista
a la refutación deberá ser tomado provisionalmente como
verdadero.
Ahora bien, la falsación no es un criterio de significación,
sino de demarcación. Toda teoría que no sea susceptible
de ser refutada, aunque sea significativa, no es científica,
considerándose como tal únicamente aquello que sea demarcado
(situado entre los límites de) y que no pueda ser substraído
a la falsabilidad. Aquí se inserta el rechazo de Popper a las
teorías freudianas del psicoanálisis, al marxismo y a
la concepción de la metafísica como ciencia.
La experiencia sirve y ha de estar orientada a la sustitución
y al rechazo de las teorías y no dirigidas hacia su constitución:
en esto consiste el verdadero giro de la epistemología del racionalismo
crítico de Popper. Este mismo concepto de falsación fue
utilizado también para establecer la diferencia antes mencionada
entre lo que es una sociedad cerrada y una sociedad abierta, entendida
la primera como aquélla que no puede ser refutada ni susceptible
de transformación alguna, y la segunda como aquélla orientada
plenamente a la confrontación, a la falsación.
Elena Diez de la Cortina Montemayor