DOÑA OLIVA SABUCO
Más allá
de las crestas azuladas de las sierras de Cazorla y Segura, en Alcaraz
(Albacete), el 2 de diciembre de 1562, nació Oliva, hija de Francisca
Cózar y de Miguel Sabuco, boticario y letrado. Tomó apellidos literarios
de dos madrinas, así que su obra, la Nueva Filosofía de la Naturaleza
del hombre, salió en Madrid en 1587, "escrita y sacada a la luz"
por doña Oliva Sabuco de Nantes y Barrera, y dedicada al Rey Felipe
II, con una deliciosa carta en que doña Oliva, desposada en 1580 con
Acacio Buedo, se presenta como humilde sierva de su Católica Majestad,
rogándole que, como caballero de alta prosapia, favorezca a las mujeres
en sus aventuras.
En tiempos más recientes se ha pretendido sustraer a doña Oliva la
maternidad de la Nueva Filosofía, para dársela a su padre, el bachiller
Sabuco, en algún caso con el peregrino argumento de que tanto talento
resulta inconcebible en una mujer. Ni Menéndez Pelayo ni Feijoo dudaron de
la autenticidad de la firma de este raro monumento de la prosa didáctica
castellana del Renacimiento. Doña Oliva pudo adquirir su sólida formación
humanística de su maestro Pedro Simón Abril (al que debemos una espléndida
traducción de la Ética a Nicómaco), y de otros doctores y licenciados a los
que sabemos trató, de los libros y de su buen sentido.
La Nueva filosofía de doña Oliva quiere ayudar a los hombres a conocerse
a sí mismos, indagando y reflexionando sobre las causas naturales que hacen
al hombre crecer y conservar la salud, o decrecer, enfermar y morir
prematuramente. Para ello echa mano de Plinio, de Platón y de otros autores
clásicos, a los que ensaya armonizar coherentemente con la patrística y la
sabiduría bíblica.
La tesis central de esta obra, desarrollada, a la manera socrática, en
diálogos, sostenidos por pastores filósofos, es que el orden o el desorden
afectivo de la mente produce efectos físicos beneficiosos o enfermedades.
Afirma así una estrecha dependencia entre la mente y el cuerpo, entre el
cerebro o raíz del organismo, y sus miembros, a los que compara con las
"ramas" de una especie de árbol del revés. El hombre es un microcosmos y un
espejo de la complejidad del universo; no un Dios, razón por la cual debe
evitar la soberbia; ni un animal, motivo por que debe aprender a controlar
sus afectos.
Oliva adopta un criterio "moderno", esto es, empírico y racional, de
acuerdo al cual prescribe una terapia práctica para remediar los males que
causan en el hombre los malos sentimientos. Los yerros que traen perdido al
mundo y sus repúblicas son consecuencia de estar desconocida la naturaleza
del hombre, tan errados están los médicos, pues no han entendido que la
causa principal de las enfermedades es el descontento, como equivocada la
filosofía que les ha servido de principio en "las escuelas".
El hombre es el único ser que tiene "dolor entendido", espiritual, de lo
presente, congoja de lo pasado y cuidado de lo porvenir. El enojo, o pesar,
es el principal enemigo de la naturaleza humana. Por eso doña Oliva nos da
sensatos consejos para atenuar la discordia entre el cuerpo y la mente de
la que nace el descontento, y granjearnos la armonía, madre de la dicha:
a) Primero, no menospreciar al enemigo (el enojo), conociendo su poder; no
descuidarse, estando prevenido, pues hiere con más dificultad el dardo que
se ve venir.
b) Segundo: "palabras de buen entendimiento y razones del alma", lo que
actualmente llamaríamos con tecnológica pedantería: "racionalización
psicoterapéutica de los problemas afectivos".
c) Tercero, aceptar las adversidades de la vida con buen ánimo y saber
sacar bien del mal. En cuarto lugar: "palabras de un buen amigo"... La
mejor medicina de todas -escribe- está olvidada: comunicarse con palabras.
A la buena conversación (eutrapelia) da doña Oliva una considerable
importancia para buscar la felicidad. Igual que al ejercicio al aire libre,
donde se oiga el movimiento de los árboles y el murmullo del agua, pues
"vemos a los ejercitados en el campo vivir más tiempo, y más sanos que los
encharcados en las plazas".
d) Para recuperar la alegría, nada tan indicado como la música (la cosa
más amable y que más excita el amor al hombre, fuera del hombre), más la
imaginación de contentos posibles y el disfrute de placeres razonables;
mejor el dormir bien en cama dura, que mal en blanda, y el poco regalo, que
el mucho, y el trabajar, que el holgar.
Como ejemplos de cuanto afirma y aconseja, doña Oliva echa mano de
antiguas fábulas, dignas de un bestiario de Borges...
En fin, tres son las columnas que sostienen la vida del hombre: la
esperanza y la alegría, que son afectos sensibles del cerebro y "el calor
concertado de la armonía", que Oliva parece entender como una propiedad
física del estómago. Tanto como la melancolía, hacen daño al hombre los
falsos temores, la ira, la tristeza que seca el cerebro poco a poco, como
la envidia, o los deseos desordenados; porque gozar lo amado da salud, pero
también mata el perder lo que se ama o la ambición de cosas imposibles.
Doña Oliva nos previene que nos guardemos sobre todo de los desesperados;
es preferible ponerles esperanza de bien, aunque sea fingida, porque son un
peligro para sí mismos y para los demás. Otros afectos que conviene limitar
son la congoja y el cuidado excesivo que apresura la vejez...
Aquella ilustre hija de boticario pareció comprender muy bien que no hay
panacea que haga digerible el vicio; si queremos salud, alegría y la
esperanza de una larga vida, vale más la sapiencia que las drogas y los
fármacos: orden en la mente, prudencia en las costumbres y sentimientos de
ser humano.
Toda la obra está escrita bajo este lema: De la ciega Fortuna, únicamente
la virtud puede librarnos.
La
Nueva Filosofía es un buen exponente de las tres ideas humanistas que
nos resultan hoy más interesantes, memorables y reconstruibles:
a) la idea de que la dignidad del hombre reside en su libertad, en su
capacidad de maniobra, en el poder que tiene para construir su destino y
regular su acción. Un poder que, desde luego, no es absoluto, sino
relativo. La libertad es consecuencia de la autoformación moral y del
propio trabajo.
b) el armonicismo y el pacifismo (irenismo): la búsqueda del acuerdo
racional como base para dirimir los conflictos mediante el diálogo, y la
búsqueda de un factor común que permita la comunicación y entendimiento
entre religiones o escuelas filosóficas, como la de Platón y Aristóteles, o
entre los grandes maestros paganos y los cristianos.
c) la consideración de la educación como formación integral de la
persona, una formación que abarca incluso el ámbito escurridizo de los
sentimientos, de la sensibilidad.
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TEXTOS
El poder de la imaginación
Parece probada la influencia de Vives en la obra de doña Oliva, pero la
antropología de aquél parece más dependiente de la de Aristóteles, mientras
que Sabuco, por ejemplo, traspasa al cerebro todas las funciones
importantes de la vida humana.
El padre Feijoo en su Teatro crítico (t. Iº, discurso XVI) exagera la
originalidad de doña Oliva:
«También parece que esta gran mujer fue delante de Renato Descartes en la
opinión de constituir el cerebro por único domicilio de la alma racional,
aunque extendiéndola a toda sus substancia, y no estrechándola precisamente
a la glándula pineal, como Descartes».
Huarte, en su Examen de Ingenios (cap. 6º), ya había dicho que "ningún
filósofo duda en esta era que el cerebro es el instrumento que naturaleza
ordenó para que el hombre fuese sabio y prudente".
En el siguiente texto de la Nueva Filosofía, Sabuco pone un fabuloso
ejemplo del poder de la imaginación para determinar la vida humana:
Del Coloquio del conocimiento de sí mismo
Título LIII. De la imaginación, la cual hace lo mismo que la Verdad
«La imaginación es un afecto muy fuerte y de grande eficacia. Es general
para todo, es como un molde vacío, que lo que le echan eso imprime. Y así,
si la imaginación es de afecto que mata, también mata como si fuera verdad.
Y por esto mueren algunos de sueños, soñando cosas que les quitan la vida.
Y si la imaginación es de contrario que hace mediano daño, aquello es, y si
de pequeño, aquello también es. Es como un espejo, que todas las figuras
que vienen, esas recibe y muestra: así, si la imaginación es de miedo, daña
como verdadero... También obra en el acto de engendrar, como se vido en
una mujer que parió un niño con cuero y pelos de camello, porque tenía de
cara de su cama una figura de San Juan Bautista vestida de piel de
camello... Así el hombre lo que tiene en su imaginación (ora sea en
vigilia, ora sea en sueño) aquello es para él, en tanto que si se sueñan o
piensan dichosos y felices, obra en ellos como si fuera verdad. Y, por
tanto, te doy este consejo: juzga el día presente por felice.»
Doña Oliva Sabuco de Nantes Estudio y antología de Florentino M. Torner,
Aguilar, Madrid (s/f), col. Biblioteca de la cultura española, V, 1, pg.
139.
José Biedma
josebiedma@interbook.net
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