LEÓN HEBREO
León Hebreo (Yehuda
Abrabanel) nació en Lisboa en una fecha desconocida. Su padre, el gran
exégeta Isaac Abrabanel, fue arrendador de las tierras reales, consejero
áulico en Portugal y proveedor de los ejércitos castellanos durante
la guerra de Granada. Desde 1483 su familia se refugió en España, hasta
la expulsión de los judíos en 1492. A fines de este año desembarca con
su padre en Nápoles. Viajó por toda Italia, donde tal vez conociera
a Pico della Mirandola y bebiese de las fuentes del humanismo neoplatónico.
En 1535, cuando seguramente ya había muerto, se publicó en Roma su obra
maestra, en italiano florentino: los Diálogos de Amor, una gran Enciclopedia
que recoge el mejor saber de su tiempo, artísticamente organizada en
tres diálogos entre Sofía (la Sabiduría) y Filón (el Amante).
León Hebreo fue sin duda un extraordinario intérprete del neoplatonismo
renacentista. Renueva la erótica de Platón buscando armonizarla con
otras tradiciones (el realismo peripatético, la teología y la mística
judaicas) y dotándola de una trascendencia ontológica considerable.
Los Diálogos de amor forman parte de lo que Leibniz y Huxley
llamaron "Filosofía perenne". Lo que en ellos ha quedado superado por
los avances científicos, como el geocentrismo, o las especulaciones
astrológicas o el animismo de los cuerpos celestes, queda salvado por
el vivo sentimiento de belleza con que se expone y el interés poético
y simbólico de las alegorías, y por el ingenio y la finura poética con
que se las interpreta. El mismo geocentrismo de León Hebreo no puede
ser confundido con el medieval. El verdadero centro de la concepción
medieval del mundo era el infierno. La cosmografía geocéntrica propia
del Medievo servía para la humillación del hombre, no para su exaltación.
León Hebreo deseaba restaurar aquella originaria inspiración en que
la Metafísica y la Poesía, la Ciencia y el Arte, se confundían en una
sola sabiduría universal. Una Filografía es una descripción de
los efectos universales del Amor. En ella se enseña que esa fuerza magnética
que mantiene unido al todo es la que mueve incluso a la materia prima,
pues la materia, como un "meretriz", apetece sin cesar, y 'per se',
ser abrazada por nuevas formas. El Amor es ese espíritu vivificante
que penetra el mundo, poniendo justicia y armonía, enlazando en orden
todas las cosas del universo, sean corpóreas o incorpóreas:
«Verdaderamente -dice Sofía al final del segundo diálogo- el amor en
el mundo no sólo es común a todas las cosas, sino que, aún más, es necesario,
ya que nadie puede ser feliz sin amor». Así, «el mundo espiritual se
une al corporal gracias al amor»... «El amor es un espíritu vivificante
que penetra el mundo entero y es un vínculo que une a todo el universo».
Los Diálogos de Judas Abravanel, que tal vez fueran compuestos
en Génova, precedieron e influyeron en Bruno y en los diversos libros
de platonismo erótico-recreativo publicados en Italia y España desde
la primera mitad del XVI: en los Asolani del cardenal Bembo;
en El Cortesano de Castiglione, Nuncio de Clemente VII en España
entre 1525 y 1529, fecha de su muerte; en el tratado Del amor divino,
natural y humano del botánico Cristóbal e Acosta; en el de Francisco
de Aldana (Tratado de amor en modo platónico); en la Apología
en alabanza el amor de Carlos Montesa, quien también tradujo la
obra de León Hebreo, aunque su versión resulte menos elegante y clásica
que la del Inca Garcilaso.
En fin, esta "filografía o disciplina amatoria" fue una especie de filosofía
"armonista" muy popular en España e Italia durante todo el siglo XVI.
Por un lado, alcanza su expresión más alta en la bellísima oda de Fray
Luis de León al músico ciego Salinas o en la teopatía mística de San
Juan de la Cruz; por otro lado, encuentra su expresión más exotérica
en la poesía erótica de Camoens, Herrera o Cervantes. En efecto, en
el libro IV de la Galatea y en el prólogo de la primera parte de el
Quijote, escribe don Miguel: "Si tratáredes de amores con dos onzas
que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha
las medidas". Seguramente, y por motivos obvios, las influencias del
judío se confesaron después menos que otras más "ortodoxas", aunque
estuvieran penetradas por un paganismo tan flagrante como las del humanismo
florentino, pero no por ello esa influencia siguió resultando menor.
Como el Eros de la maga Diotima, los seres mestizos tienen una facilidad
especial para desarrollar competencias mercuriales y actitudes herméticas,
sirviendo de intermediarios entre lo humano y lo divino como mensajeros
de lo universal, como profetas y adivinos... "el sabio mercurial sirve
al príncipe con prudencia armoniosa y con suave elocuencia, mientras
que el príncipe le proporciona poder y autoridad y concede crédito y
reputación a su sabiduría". En Montilla, un mestizo ilustre, un español
descendiente de un capitán y corregidor del Perú y de una princesa india:
el Inca Garcilaso (1539-1616), elaborará una excelente traducción al
castellano de los Diálogos de León Hebreo, dedicada a Felipe
II. Los restos del genial traductor de León Hebreo reposan en una mezquita,
la de Córdoba, consagrada cristiana.
León Hebreo, en el primero de su Diálogos, desarrolla la distinción
entre el amor y el deseo, y distingue, siguiendo la Ética a Nicómaco
de Aristóteles, entre el amor deleitable, el útil y el honesto. Filón
(el amante) presenta a Sofía (la amada) la perfección del amor honesto
como amor a Dios y en Dios, porque el amor se realiza en el Bien, y
Dios es la suprema bondad. La verdadera felicidad se encuentra pues
en conocer y amar a Dios. El segundo diálogo versa sobre la universalidad
del amor. El amor ata el cielo y la tierra como una gran cadena doble,
de expansión y retorno, como una fuerza bipolar que desciende desde
las causas a los efectos y asciende desde los efectos a las causas.
Al amor divino se refiere León Hebreo en el tercero de sus diálogos,
no en el sentido del deseo de perfección propio de los mortales, sino
del amor de Dios para con nosotros y "para todas las cosas que ha criado".
Este amor de Dios no puede reducirse a la carencia ni puede haber nacido
de la Penuria, ni debe suponer el reconocimiento de alguna falta, "porque
Dios es sumamente perfecto, y nada le falta". Por consiguiente, o bien
es un amor libre de deseo o, mejor, lo que sucede es que el amor divino
no es deseo de perfección para sí, sino el deseo de que todas las cosas
por Él producidas lleguen a ser perfectas, "mayormente de aquella perfección
que ellas pueden conseguir, mediante sus propios actos y obras", como
sería en los hombres por sus obras virtuosas y por su sabiduría.
A León Hebreo se le plantea en este punto un grave dilema metafísico,
o bien admite con Platón que Dios, al ser perfecto, no ama y que el
amor, precisamente por suponer deseo e imperfección, no es Dios, sino
un poder intermediario entre lo sensible y lo inteligible, lo mortal
y lo inmortal, esto es, un Gran Demon, o bien, si admite un dios deseante
y amoroso, limita su perfección haciéndole depender de la posible y
deseable perfección de sus criaturas.
En última instancia, en León Hebreo, como en Spinoza (otra ilustre inteligencia
judía de origen ibérico), el mismo amor intelectual del alma por Dios
no es más que una manifestación, una apocatástasis, un retorno, del
amor de Dios a sí mismo, pues Dios "es un verdadero padre que engendra
hijos, y después que los ha engendrado los mantiene con toda diligencia".
Pero en León Hebreo la creación no implica necesidad racional alguna,
ni fatalidad lógica, sino que es prueba de amor divino, un amor que
ya no se determina como pasión por lo hermoso y apropiable, sino por
lo puramente bueno en su universalidad. De esta manera, "amando Dios
la perfección de sus criaturas, ama la perfección relativa de su operación,
en la cual el defecto de la cosa obrada induciría sombra de defecto,
y la perfección de ella ratificaría la perfección de su divina operación:
de donde dicen los antiguos, que el hombre justo hace perfecto el resplandor
de la divinidad, y el inicuo lo mancha". Así que... "amando Dios la
perfección, ama la perfección de su divina acción: y la falta, que se
le presupone, no es en su esencia, sino en la sombra de la relación
del Creador a la criatura: que pudiendo ser maculado por defecto de
sus criaturas, desea su inmaculada perfección con la deseada perfección
de su criaturas".
De este modo, la unión de Dios y el mundo depende, ya no del esfuerzo
divino, sino del tesón de la criatura. "Dios no desea su unión con las
criaturas, como hacen los demás amantes, sino que desea la unión de
sus criaturas con su divinidad".
Desde luego, es difícil evitar oír ecos panteístas en los textos de
León Hebreo, como un efecto teológico inevitable, y seguramente involuntario,
del principio metafísico de plenitud y completud (Lovejoy); pero su
extraordinaria sutileza dialéctica le evitan caer en la absorción espinocista
de Dios en la Naturaleza. Como dice José L. Abellán, más que un panteísmo
explícito, hay una evidente oscilación entre el monismo emanantista
de raíz neoplatónica y el trascendentalismo judeocristiano.
Mejor todavía lo explicó Suzanne Damiens: "Sin duda, León Hebreo ha
resistido a la tentación del panteísmo, ya que sostenía la relativa
independencia delas cruaturas respecto del Creador, lo que da al trabajo
de salvación, que las criaturas más inteligentes pueden realizar, un
sentido de conquista personal, permitiendo al mismo tiempo que veamos
en Dios, con más facilidad que en Spinoza, un Dios "persona" cuyo amor
no es una necesidad estricta, sino que representa un acto de generosidad
y de paternidad conforme a la caridad cristiana" (Amour et intellect
chez León L'Hebreu, 1971).
Si el armonismo es el contenido voluntario del humanismo, al que la
ilustración de Kant llamará "buena voluntad". La clave del humanismo
está precisamente en esta identificación de la dignidad del hombre con
la oportunidad práctica de modificar y elegir su suerte, mejorando su
destino, obrando con amor, retornando el mismo Amor que le produjo,
devolviendo a Dios su generosidad creadora y gratuita labor, a la vez
que se diviniza en su acción reproductora...
Porque, ante la adversa fortuna, sólo la excelencia salva, sólo la virtud,
y en el carácter del hombre, en esa doble naturaleza espiritual en que
realiza su personalísima diferencia, radica su esperanza.
José Biedma
Nota bibliográfica: Sobre el parangón de la idea del amor universal
en León Hebreo con el principio de plenitud analizado por Lovejoy, véase
nuestro artículo: "La idea del amor universal en el tiempo de Francisco
de los Cobos", Mágina, nº 6, UNED-Jáen, Úbeda, 1996.
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